El paisaje rural lo conforman los espacios de ocupación humana intensa, pero con dominio de los naturales o seminaturales de creación cultural histórica y reciente, a los que hay que añadir el propio caserío de los pueblos con sus elementos patrimoniales y los caminos que expresan la relación entre todos estos espacios. Hay paisajes exclusivamente agrícolas y uniformes que son producto de la especialización comercial, pero otros muestran una composición en mosaico por efecto del relieve, la distribución del hábitat, la combinación de distintos usos, la división parcelaria y el particular desarrollo de los procesos de cambio técnico y social.

Este paisaje en mosaico, dispuesto siempre en torno a los núcleos de población, es el que domina en el Valle del Nansa y Peñarrubia. Los pueblos salpican el paisaje, visualizándose bien, desde una panorámica,  su unidad y el ritmo de distribución, con distancias entre tres y cinco kilómetros. De ellos parten los caminos que comunican con las mieses y prados de su entorno; algunos se prolongan y ascienden hasta los prados con invernales pero se diluyen en los montes y quedan ocultos en los pequeños bosques. De esta manera se conforma el paisaje rural de los pueblos, cuyo modelo de comportamiento y uso del espacio del término concejil se repite en todos ellos. A partir de ahí se conforma una gama amplia de paisajes singulares que varían según diversos factores y, entre ellos:

• el uso de bancales o ribazos para la reducción de la pendiente, algunos ocultos ya por el tiempo, creando la apariencia de una ladera en cuesta
• la presencia de arbolado en bosquetes, aislados o formando hileras, a veces por atracción del agua, y otras por su uso ganadero, por su valor natural o por efecto del abandono de la ganadería; entre ellos abundan los avellanos, los fresnos y también los frutales
• la construcción de cercados e invernales
• la aparición de nuevas construcciones (almacenes, gasolineras, equipamientos, viviendas), cultivos o arbolado.