Paisaje de alta montaña
Paisaje de alta montaña
Se caracteriza por el dominio del roquedo y el perfil de las cumbres, con algunos pastizales y una vegetación de matorral escasa y rastrera.
Los paisajes de alta montaña presentan una fuerte componente geomorfológica y se perciben como expresión de la naturaleza. Se corresponden con áreas de elevada altitud en las que el clima, que es frío y nivoso, dificulta el crecimiento de la vegetación, que permanece pegada al terreno en formaciones rastreras que sólo excepcionalmente alcanzan porte leñoso. En cambio, resultan muy eficaces los procesos de tipo físico-mecánico favorecidos por el frío y el efecto de la gravedad, que dan lugar a canchales o acumulaciones inestables de fragmentos rocosos que recubren los pies de las laderas dificultando su colonización.
Subsisten también diversas formas cuaternarias de modelado glaciar y periglaciar que añaden singularidad a este tipo de paisaje.
Sobre las áreas de formas más suaves, las divisorias en collada y las zonas abiertas de relieve más moderado se instalan los puertos y pastizales de verano donde la existencia de suelo permite la presencia de un tapiz herbáceo aprovechado desde antiguo, como parecen demostrar los restos arqueológicos existentes en estas áreas, particularmente ricas por sus manifestaciones megalíticas.
En el Valle del Nansa y Peñarrubia, el paisaje de alta montaña sólo se aprecia en las áreas culminantes de la Sierra del Cordel y Peña Labra y en Peña Sagra, a partir de los 1.600 metros de altitud aproximadamente, por encima del nivel superior del bosque. Sin embargo, su valor escénico y referencial es muy importante dada la gran visibilidad de muchas de las cumbres, notables hitos de estos paisajes (Pico Tresmares, con 2.175 m en la Sierra del Cordel; Peña Labra, con 2018 m; o El Cornón, con 2.042 m en Peña Sagra). Todos ellos se hallan protegidos y figuran en la Red Natura 2000.